Los musulmanes no cambiaron la realidad de su derrota a manos de los tártaros hasta que apareció alguien que lanzó el hermoso grito: "¡Oh Islam!" Dios Todopoderoso le concedió a Qutuz, que Dios tenga piedad de él, esta palabra para resumir toda su vida y para dirigir la atención de sus soldados justos y de quienes los siguieron en rectitud al único estandarte bajo el cual la nación siempre se ha mantenido, logrando la victoria. Pero por mucho que un líder intente motivar a su pueblo con algo que no sea el Islam, jamás triunfaremos. Alá Todopoderoso se niega a concedernos la victoria a menos que nos adhiramos a Él tanto exterior como interiormente. Nuestra apariencia exterior es musulmana, pero nuestra apariencia interior es musulmana. Nuestra política es musulmana. Nuestra economía es musulmana. Nuestros medios de comunicación son musulmanes. Nuestro poder judicial es musulmán. Nuestro ejército es musulmán. Esto es así de claro: sin disimulo, evasión, miedo ni temor. No hay nada de qué avergonzarnos. La única manera de restaurar la dignidad perdida de la nación y su territorio ocupado es mediante la yihad, y no tenemos otra opción. El Mensajero de Dios, que Dios le bendiga y le conceda paz, dijo la verdad: «Si os dedicáis a las transacciones de la `inah, tomáis las colas de las vacas, os conformáis con la agricultura y abandonáis la yihad, Dios os impondrá una humillación que nada podrá quitaros hasta que regreséis a vuestra religión». El Mensajero de Dios, que Dios le bendiga y le conceda paz, dijo la verdad.